Fe y cultura, una evangelización a través del arte

Por: Juan Carlos Camacho Nateras (Agustiniano Instituto Filosófico-Teológico)


El presente texto tiene como objetivo tratar la «Carta a los artistas» del S.S. Juan Pablo II, la cual fue emitida el 4 de abril de 1999 en la Ciudad del Vaticano. El Santo Padre dirige esta carta apostólica a aquellos que han sido llamados a perfeccionar la obra de Dios Creador en la tierra, los artistas. Ellos son capaces de poder manifestar la alegría, la emoción, el sentimiento, el pathos, con el que el Padre contempló su creación en el séptimo día. Él los asoció a ese pathos cuando los convocó a esa vocación de la perfección de la belleza de la creación, poniendo en reverberación sus obras e inspiraciones mediante los colores, sonidos y formas con la obra perfecta de Dios (Wojtyla, 1999: 1).

Los que Dios ha asociado a perfeccionar su creación han de estar atendidos y en diálogo constante con la Iglesia de Cristo dado que, en los dos mil veintidós años que ella tiene de vida, son los que han planteado fecundos mundos de perspectivas creativas en siglos pasados y lo harán también en los venideros, abriendo el paso a un atractivo modo de evangelización: a través del arte. Esta atrayente técnica de comunicar la Buena Nueva se da cuando los genios creadores ponen en resonancia su talento con la voluntad del Padre.

El modelo íntegro que debe de estar en cada persona que produce una obra es Dios. Él se refleja en el hombre artífice como imagen de Sempiterno e Inmutable Creador. La creación es perfecta, puesto que su Creador también lo es; ahora bien, en esa perfección, en esa belleza, el artista artífice refleja también la imagen bella de su Creador. Observemos la interesante relación de reciprocidad: Dios refleja su imagen de Creador cuando el artista, inspirado por lo bello de la creación, engendra bellas reproducciones y el artista, a su vez, refleja la perfección del Creador al ejecutar su labor.

Ahora bien, San Juan Pablo II distingue el significado de creador y artífice: “el que crea da el ser mismo, saca alguna cosa de la nada –ex nihilo sui et subiecti, como se dice en latín– y esto, en sentido estricto, es el modo de proceder el Omnipotente. El artífice, por el contrario, utiliza algo ya existente, dándole forma y significado” (Wojtyla, 1999: 2). Todo hombre ha sido llamado por su Creador a la existencia y, con esto, a participar de la tarea de ser artífices, a perfeccionar esa belleza, a darle forma y significado; es en esta innovación artística cuando el hombre se revela de única manera como imagen de Dios. La prueba de que Dios ha llamado a ejercer un creativo dominio del mundo que lo rodea aparece en las primeras páginas de los Textos Sagrados: “Dios los bendijo, diciéndoles: sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Tengan autoridad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve en la tierra” (Gn 1,28).

El artista participa de ese destello de sabiduría creadora de su Creador. Tanto más consciente esté el artista de su don y de su vocación, más puede potenciar su talento elevando a Dios su himno de alabanza, sólo así podrá comprender la misión de la vocación a la que ha sido llamado. Ahora bien, este talento puesto por Dios en el corazón de los artistas, no debe de ser para la autorrealización, sino para poner en acto las capacidades desarrolladas, dando forma a las ideas que el artista ha concebido en la mente. Ponerlo al servicio de la comunidad para perseguir esa evangelización con el arte, tal como lo señala el carisma de nuestro padre san Agustín: “no posean nada como propio, sino que todo lo tengan en común”, esto incluye al talento, no buscando ganancias, gloria, fama o las cosas perecederas sino el desarrollo común y la gloria al Padre por la explotación de los talentos es el centro de la vida de cualquier artista.

La relación del artista con la moralidad resulta muy interesante porque el artista, a través de su vocación, se comunica consigo mismo y con los demás acerca de su personalidad; al plasmar las ideas en sus obras, el artista descubre y comunica lo que él es y cómo es. Dado esto, es también posible un desarrollo espiritual a través del arte. Por esta comunicación es también que la historia del arte es historia del hombre, cada hombre va dejando parte de sí en cada obra dejada a la posteridad comunicando mucho de él.

Otra manera interesante de demostrar que el don de los artistas es inspiración divina lo podemos encontrar en el platónico pensamiento: “la potencia de lo Bueno se ha ocultado en la naturaleza de lo Bello” (Platón, Filebo: 65 A); por consiguiente, cuando un artista crea algo bello, está reflejando algo bueno, Dios es bueno por lo que el artista está reflejando a Dios. Si los artistas siguen teniendo al Padre en el centro de su vocación, en todas sus obras estarán reflejando a Aquel Inmutable y Sempiterno Dios, pudiendo llevarlo a todas partes a través de las creaciones de sus manos, estarán, en automático, evangelizando a través de su arte.

El Evangelio está repleto de belleza, la belleza del Verbo Encarnado; Él ha venido a implantar y a manifestar una nueva dimensión de bello, está al alcance de los artistas plasmar también esta belleza, tal vez surja la pregunta ¿por qué es esto posible? La respuesta es simple: el conocimiento de la fe es un encuentro personal con Dios en Jesucristo y puede enriquecerse a través de la intuición artística (Wojtyla, 1999: 5).

San Juan Pablo II muestra que en la espiritualidad oriental se encuentra una análoga sensibilidad donde el Unigénito es calificado como “el Bellísimo, de belleza superior a todos los mortales”; los llamados a embellecer la obra magnífica de Dios deben buscar extender este calificativo cuando difundan sus creaciones, plasmando la belleza superior de aquel que se hizo semejante a nosotros, menos en el pecado.

El arte cristiano nace a partir de la necesidad de los creyentes de buscar signos con los que expresar, basándose en los Sagrados Textos, los misterios de la fe y de disponer al mismo tiempo de un símbolo representativo para poder identificarse y reconocerse, incluso en tiempos de persecución. Esto complementa la relación artístico-moral donde el artista comunica a los demás y a sí mismo el cómo es él y qué es él: cualquier obra creada por cualquier artista estará comunicando a las demás personas parte de la personalidad del artista, características que, cuando la obra sea contemplada por alguna persona, identificarán al artista con la obra y viceversa; aterrizando esto a lo cristiano y complementando la mencionada relación, es menester también de la evangelización con el arte de realizar obras que nos identifiquen fuertemente como cristianos, artistas que plasmen la belleza divina en sus obras y que, cuando sean vistas por los demás, sea dicho: “este artista refleja a Dios en su arte, él está en Dios y Dios está en él”.

Los artistas son completamente libres de llevar a Dios a través del arte a cualquier lado, desde que el emperador Constantino le dio libertad de culto a la Iglesia Católica y la convirtió en la religión oficial; desde ese punto histórico a la fecha, el arte se convirtió en un modo de la manifestación de la fe.

¿Nuestro padre San Agustín se interesaba por el arte? Sí, él también incluyó un De música, alcanzando este un enorme valor teológico, filosófico y literario. En la Edad Media, en Oriente, el arte icónico prosperó y fue vinculado a grandes cánones de Teología y Estética, así con las otras etapas, como el Humanismo y el Renacimiento. En el ahora, en el siglo XXI, donde parece que la sociedad se ha hecho indiferente a la fe, el arte religioso no ha interrumpido su camino (Wojtyla, 1999: 9).

Cuando el arte es un arte con mucha afinidad, aunque este parezca alejarse de Dios, siempre será un puente a lo religioso, porque sigue en esa búsqueda de la belleza, fruto de una imaginación y de un ingenio que va más allá de lo ordinario.

En la Constitución pastoral del Concilio Vaticano II, Gaudium et spes (62), se subraya la enorme importancia de las artes y la literatura en la vida del ser humano:

También la literatura y el arte tienen gran importancia para la vida de la Iglesia, ya que pretenden estudiar la índole propia del hombre, sus problemas y su experiencia en el esfuerzo por conocerse mejor y perfeccionarse a sí mismo y al mundo; se afanan por descubrir su situación en la historia y en el universo, por iluminar las miserias y los gozos, las necesidades y las capacidades de los hombres, y por diseñar un mejor destino para el hombre.

Al concluir el Sagrado Concilio, los padres sinodales dirigieron una llamada y un saludo a los artistas, recordándoles que, para no caer en la desesperanza, este mundo tiene necesidad del arte. La Verdad y la belleza ponen la alegría en el corazón de los hombres; el arte es el valioso fruto que resiste a la crueldad de los tiempos, que unifica a las generaciones y las hace comunicarse en la admiración (Wojtyla, 1999: 10).

Por lo tanto, el arte es necesario para transmitir el mensaje de Cristo, porque aquel hace perceptible al Verbo, lo refleja en colores, formas y sonidos. La belleza es clave del misterio y una llamada a la trascendencia, invita a gustar de la vida y a soñar con el futuro; sin embargo, la belleza de las cosas creadas no puede llenar completamente el espíritu de Dios y nace en nosotros esa recóndita añoranza de Dios que un enamorado de la belleza como nuestro padre san Agustín ha sabido comprender de una manera extraordinaria: “¡tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé!”.


Fuentes consultadas

WOJTYLA, Karol Józef, “Carta a los artistas” en Vaticanva, cartas, núm. 4, 1999, pp. 1-10. https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/letters/1999/documents/hf_jp-ii_let_23041999_artists.html > (Consultado el 09 de septiembre de 2022).

Sobre el autor: Seminarista agustino, estudiante de segundo año de Filosofía en el Agustiniano Instituto Filosófico-Teológico de Lomas Verdes. Sus ejes temáticos de trabajo son: Teología, Apologética, Arte, Filosofía, Documentos de la Iglesia (cartas, exhortaciones encíclicas apostólicas) y Catequesis.

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